enero 23, 2008 por prefacia
Extraviados en el desierto, dos hombres ya sin fuerzas, ven a pocos metros una canilla.
Piensan que es un espejismo, pero el espíritu de supervivencia gana.
A pocos pasos ven la gota caer. Se desploman a instantes del alivio. Una gota, un minuto de vida, una gota, la muerte.
Se avizora una caravana. Cuando llega, descubren dos cuerpos secos. No entienden cómo se logra morir de sed en el único lugar en kilómetros de sílice, donde un oasis es promesa.
Los viajantes arrojan sus morrales, bajan de los camellos, estiran el entumecimiento y avanzan. Ella cierra las piernas y deja de gotear.
Descontrolados, los moros la golpean, increpan e insultan con la escasa saliva que les queda, la tratan como a la prostituta que deja el servicio sin concluir de saciar urgencias.
Como en un burdel de frontera hacen fila esperando llenar sus cantimploras.
Los primeros en llegar se marchan ricos en sed, mientras los demás los siguen.
A sus espaldas, ella comienza a pintarse los labios mientras chorrea carcajadas.